Más allá de la discusión sobre cuán tarantinesco es Django
sin cadenas, algo parece claro: es una buena excusa para sumergirse en el mundo
de dos cazarecompensas divertidos y con mucho swing. La dupla conformada por Jaime
Foxx y Christoph Waltz, si bien de dudosa moral –como es característico en los
western spaguetti- posicionan al espectador en uno de los bandos, y con ellos
estamos hasta el final.
Si bien Tarantino recupera una película de género y nos
sitúa en un momento específico de la historia estadounidense, no quedan dudas
de que la poética autoral está presente. La banda sonora, la estética refinada –capaz
de unir lo grotesco con lo armonioso- y las hipérboles visuales son algunos de
los componentes recurrentes en su filmografía.